lunes, 16 de noviembre de 2015

Trosky y el alfiler (IV)

Rouse llevaba dos semanas trabajando sobre ese niño llamado Trosky. Se las había ingeniado para pasar el mayor tiempo posible cerca de él, por lo que los resultados de aquellas pruebas no le extrañaban. Todo parecía ir según sus planes. Todo iba bien.

Sarah lo observaba desde la distancia. Era un hombre un poco mayor que ella, no podía decir que fuera tremendamente atractivo, pero tenía algo que lo hacía un tanto especial, al menos, a sus ojos. Su forma de moverse, de expresarse, su voz grave y serena, ..., pero que no hubiera intentado seducirla, le atraía más, pues estaba acostumbrada a que la cortejaran con mucha frecuencia.

Había algo que no cuadraba. Aquel hombre no parecía que le hiciera falta trabajar, al menos es lo que dedujo por su vestimenta, costumbres y aficiones. ¿Qué hacía allí? Su proyecto de investigación no era convencional. Sobre su mesa tenía los documentos que presentó consigo el día que apareció en el centro. Los estaba volviendo a ojear. Estaban formalizados desde lo más alto del ministerio de educación, y se le daba carta blanca para hacer lo que creyera conveniente en cualquier momento dentro del colegio. Si quería entrevistar al muchacho, simplemente iba a la clase y lo sacaba de allí. ¿Y por qué ese niño en particular? No hizo ninguna prueba colectiva para seleccionar a los niños que encajaran en su proyecto, si no que llegó con el nombre de Trosky escrito en un documento oficial. Levantó la cabeza, y su mirada se cruzó con la de Rouse, que le respondió con una sonrisa cómplice. A Sarah se le olvidaron todas aquellas preguntas, total ¿quién era ella para cuestionar órdenes de los de arriba? Estaba acostumbrada a acatarlas sin poner resistencia. Además, le agradaba cruzarse con Rouse en la escuela que ella controlaba, y no iba a ser ella la que rompiera aquella magia.

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