viernes, 20 de noviembre de 2015

Trosky y el alfiler (VI)

Un día triste. Después de casi un año de tranquilidad y seguridad desde que llegara Rouse, una nueva desgracia volvía a sacudir su vida. La diferencia era que esta pérdida ya era definitiva, su abuelo se había ido para siempre, mientras que él guardaba la esperanza de volver a ver a su madre, e incluso, a su padre.

A decir verdad, su padre no le preocupaba tanto. Total, se fue sin despedirse, y ahora tenía a Rouse, que era algo parecido a un padre o así. Incluso había ido a verlo jugar al fútbol, y la función del colegio.

Pero su madre, cuánto la anhelaba. Y si volvía ..., ¿qué opinaría de Rouse? ¿Podrían vivir todos juntos? Para eso, deberían de gustarse, y ya sabía que los adultos hacían cosas un poco extrañas, aún le costaba comprender eso. Y si no se caían bien, y alejaba a Rouse de su vida. Por un instante sintió miedo, porque por primera vez no sintió la necesidad de que su madre volviera. Se rebeló contra sus pensamientos. No podía ser. No podía dejar a su madre de lado, pues lo siguiente sería olvidarla. Su madre estaba por encima de todo, y Rouse era una persona ajena a la familia, que se había cruzado en su vida por el azar. Eso pensaba él, que había sido el azar.




miércoles, 18 de noviembre de 2015

Trosky y el alfiler (V)

Trosky no entendía muy bien qué estaba pasando. En poco tiempo, parecía que todo se hundía, y ahora aparece una persona, de no sabe qué sitio, que se preocupa constantemente por su bienestar. Y por qué no decirlo, Rouse le daba una sensación de seguridad que no había vuelto a tener desde que su padre, y luego su madre, se alejaron de su vida.

"Dentro de poco llegará el invierno. Trosky, ¿es necesario que haya invierno?", Rouse le lanzó la pregunta mientras buscaba algún papel en su mesa.

"El invierno sí es necesario, pues si no hubiera invierno, no habría verano. Y si no hay verano, no habría vacaciones, y entonces la vida sería muy triste para los niños. Por eso, es necesario el invierno", respondió y continuó con el dibujo que estaba haciendo en un papel en blanco. Estaba dibujando un mapa, el mismo que había pintado días atrás.

Rouse lo miró fijamente, lo observó como el cazador que estudia a su presa. Se levantó de su silla y caminó unos pasos hasta situarse frente a él. "¿Tú sabías que los lugares que están próximos al Ecuador no tienen invierno ni verano?", le preguntó mientras se sentaba en una silla que estaba al otro lado de la mesa donde el niño pintaba. Hubo silencio. Trosky pintaba como si aquella pregunta no fuera con él.

El niño no respondía, y cuando Rouse iba a volver a hablar, Trosky lo interrumpió: "¿Está seguro? Entonces, ¿cómo se renueva la vida? Porque no vivirán para siempre.  He visto documentales en los que hay estaciones secas y otras húmedas, ¿no serán parecidas al invierno y verano?. Y si el clima no cambia ...será una vida muy aburrida, ¿verdad? Pero al mismo tiempo será muy segura, sin grandes sobresaltos, quizás todos quisiéramos vivir así ...".

Rouse lo interrumpió. Cuando empezaba a hacer preguntas y a contestarse a sí mismo, Trosky no tenía competidor ni fin. Era una situación que se repetía con bastante frecuencia, en la que parecía saturarse. Al principio parecía disfrutar con su secuencia de preguntas, pero poco a poco, empezaba a agobiarse, y parecía que lo pasaba mal. Si lo dejaba seguir, siempre terminaba en el tema que más le preocupaba, la relación con sus padres. Y antes o después, tendría que contárselo.



lunes, 16 de noviembre de 2015

Trosky y el alfiler (IV)

Rouse llevaba dos semanas trabajando sobre ese niño llamado Trosky. Se las había ingeniado para pasar el mayor tiempo posible cerca de él, por lo que los resultados de aquellas pruebas no le extrañaban. Todo parecía ir según sus planes. Todo iba bien.

Sarah lo observaba desde la distancia. Era un hombre un poco mayor que ella, no podía decir que fuera tremendamente atractivo, pero tenía algo que lo hacía un tanto especial, al menos, a sus ojos. Su forma de moverse, de expresarse, su voz grave y serena, ..., pero que no hubiera intentado seducirla, le atraía más, pues estaba acostumbrada a que la cortejaran con mucha frecuencia.

Había algo que no cuadraba. Aquel hombre no parecía que le hiciera falta trabajar, al menos es lo que dedujo por su vestimenta, costumbres y aficiones. ¿Qué hacía allí? Su proyecto de investigación no era convencional. Sobre su mesa tenía los documentos que presentó consigo el día que apareció en el centro. Los estaba volviendo a ojear. Estaban formalizados desde lo más alto del ministerio de educación, y se le daba carta blanca para hacer lo que creyera conveniente en cualquier momento dentro del colegio. Si quería entrevistar al muchacho, simplemente iba a la clase y lo sacaba de allí. ¿Y por qué ese niño en particular? No hizo ninguna prueba colectiva para seleccionar a los niños que encajaran en su proyecto, si no que llegó con el nombre de Trosky escrito en un documento oficial. Levantó la cabeza, y su mirada se cruzó con la de Rouse, que le respondió con una sonrisa cómplice. A Sarah se le olvidaron todas aquellas preguntas, total ¿quién era ella para cuestionar órdenes de los de arriba? Estaba acostumbrada a acatarlas sin poner resistencia. Además, le agradaba cruzarse con Rouse en la escuela que ella controlaba, y no iba a ser ella la que rompiera aquella magia.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Trosky y el alfiler (III)

Iban a buen ritmo camino de casa. Kati iba delante, y unos pasos por detrás su nieto, cabizbajo. A medio camino, Kati se decidió por fin salir de esa situación absurda. "¿Ha tenido algo que ver nuestra conversación de ayer?", preguntó con tono conciliador.

A Trosky se le vino a la mente cuando preguntó a su abuela por qué su madre no le llamaba. "¿Por qué no me manda correos? ¿Por qué no me llama? ¿No tiene Internet? Me ha abandonado también, ¿verdad?", decía casi saltándose las lágrimas.

Su abuela no sabía cómo gestionar esa situación. Se ponía muy nerviosa cuando preguntaba por su madre, además por ser su propia hija. Tenía que tener cuidado en no dar información de más a un niño tan preguntón. "Recuerda nuestro secreto, Trosky. Nadie más puede saberlo. Todo el mundo sabe que mamá fue a trabajar cerca de la frontera norte para mantenerte, pero nosotros sabemos un poco más ... ¿recuerdas?".

Trosky estaba incómodo con las evasivas de su abuela. Quería respuestas, y estaba dispuesto a conseguirlas. "Sí lo recuerdo. Se fue a trabajar al otro lado de la frontera. Pero, ¿allí no tienen Internet?", preguntó solicitando una respuesta coherente.

La cara de Kati estaba ahora un poco más seria, preocupada. Aunque ella quisiera autoengañarse, el niño tenía razón. Llevaba más de tres meses sin tener noticias de ella. No era normal, ni lógico. ¿Estaría bien?. ¿Qué podía decir sin preocuparlo más?. "Estará bien. Ya sabes que comunicarse puede ser peligroso. No debe hacerlo por su bien y por el nuestro".

En ese momento llegaron al umbral de su casa, y Kati lo agradeció como agua de Mayo. Era una planta baja, con un pequeño jardín, con un par de plantas ornamentales, un naranjo y un limonero. Le gustaban las plantas, pero estaban muy mayores como para complicarse la vida con el jardín.

Entraron en la casa, y allí estaba su abuelo, Kher. Había empeorado un poco aquella tos. Estaba en su silla de ruedas. Desde las revueltas de hacía cuatro años, recibió varios golpes en una estampida cuando se estaban manifestando por el cierre de las fronteras, y desde entonces, no había vuelto a andar. Era de ese tipo de personas que por encima de todo, creen en el ser humano. Estaba convencido que aquella acción solo provocaría dolor por el aislamiento, y robaría muchos sueños y esperanza en muchas personas. Y sobre todo, aquella injusticia se cebaría en los de siempre.

Pero estar en silla de ruedas no era lo peor. Eso que su abuela llamaba depresión, desde el día que se aprobó aquella injusta ley, que separaba todo por lo que se había trabajado tanto. La enfermedad mental era más dañina que el impedimento físico. Eso lo tenía muy claro. Siempre estaba triste, no hablaba. Trosky estaba convencido de que su abuelo había perdido la esperanza.


Continúa ...


Trosky y el alfiler (II)

Kati entró en aquella estancia donde estaba la directora Sarah y otra persona desconocida para ella. A Sarah la conocía de anteriores visitas y sabía que era una mujer práctica que no se andaba por las ramas.

"Buenos días, Kati. Siento haber tenido que llamarte con tanta urgencia. Estábamos muy preocupados por Trosky", dijo Sarah. Kati asintió con un gesto amable, agradeciendo  su siempre interés hacia el bienestar de su nieto.

Kati no sabía qué decir, por dónde empezar. Había silencio. Sarah esperaba algo de ella, y Kati no sabía que podía ser. Ese silencio se estaba haciendo eterno y necesitaba romperlo de alguna forma.

"¿Es grave?", dijo Kati finalmente con rostro de gran preocupación.

"No lo sabemos", contestó Sarah. Kati entendió que esperaba de ella que participara en la conversación, y que no se limitara a asentir con gestos. "Kati, le presento a Rouse. Es un experto en trabajar con niños que precisan de apoyo especial.", dijo Sarah. Rouse se aproximó y le tendió la mano. Kati hizo lo propio, y se saludaron.

Kati, dirigiéndose directamente a Rouse, preguntó "¿Es grave lo que le pasa a mi nieto? ¿Qué puedo hacer? Oh, y su madre tan lejos, dios mío. ¿Qué puedo hacer?"

 Rouse se aproximó más hacia ella, y con voz sosegada le respondió, "Kati, tranquila. Estamos aquí para ayudarles. Todo va a salir bien, y usted estará orgullosa de su nieto, y su hija de usted por cuidar tan bien de Trosky".

 Estas palabras sosegaron a Kati, que se tranquilizó y se puso más receptiva. Ese momento lo aprovechó Sarah para intervenir. "Kati, la hemos llamado para que nos de su aprobación para que Rouse pueda trabajar con Trosky. Le pasará algunas pruebas, compartirá tiempo con él e intentará descubrir qué pasa y le daremos solución."

 Kati se quedó dudando. ¿De qué pruebas se trataría? ¿Le pincharían medicamentos? Ante su cara de preocupación, Rouse decidió volver a intervenir. "No se preocupe. Estará perfectamente informada, por mí en persona. También tendrá su espacio, si así lo desea."

Finalmente, Kati dió su aprobación, de una forma un tanto enérgica que confundió a sus interlocutores. "¿Cuándo empezamos?" 


viernes, 13 de noviembre de 2015

Trosky y el alfiler (I)

Trosky era un niño de apenas diez años de edad. Vivía con sus abuelos desde que su padre desapareció, un año antes, y su madre tuvo que ir a otro país a trabajar. "Volveré por tí. ¡Te lo juro!", fueron las últimas palabras de su madre después de un maternal y eterno beso. Recordaba cómo tenía un aspecto un tanto terrorífico aquel día, con unos churretes negros por las mejillas, igual que al día siguiente de cuando no volvió su padre de trabajar.

Su madre siempre decía que había que tener un  plan B en la vida, que las notas de la escuela eran importantes, pero más importantes eran las calificaciones que te ponía la vida. Trosky no tenía muy claro qué le quería decir, era como un enigma para mayores porque no veía maestras por las calles poniendo notas a las personas adultas. Pero había algo de lo que estaba seguro, y era que su madre había puesto en marcha un plan B. Un plan que unos años antes ni se le hubiera pasado por su mente. Tal vez, hasta lo hubiera improvisado.

Todos esos pensamientos se le amontonaban en su pequeña e inquieta mente mientras esperaba sentado en una silla frente a la puerta de la directora de su escuela. Iba a ser un mal día. Estaba siendo ya un mal día. ¿Podría ir a peor?. Siempre puede ser peor. Él mismo se hacía preguntas y se contestaba en voz baja.

Habían llamado a su abuela para que fuera a recogerlo. Le iban a dar el resto del día libre, pues lo habían encontrado llorando en un rincón debajo de una escalera. No quería hablar con nadie, y eso tenía preocupados a todos en aquel colegio.

Casi sin aire llegó Kati, la abuela de Trosky. Sentía el corazón como si se le fuera a salir. Estaba muy preocupada por su querido nieto. Era todo lo que su hija le había dejado cuando tuvo que marchar tan lejos. Dios, qué dolor más profundo sentía dentro de sí. ¡Tenía tanto miedo a perderlo también!. Kati miró fijamente a Trosky, y no sabía que hacer. Ni qué decir. Pero un impulso imposible de frenar le avalanzó sobre su nieto y le dió un tierno abrazo, lo acarició y besó. Trosky no dijo nada. Solo se le escaparon unas lágrimas. 

"¿Estás bien, hijo?", dijo Kati. Le gustaba llamarle hijo, posiblemente, por aquel hijo varón que la vida no le dió.

 "Sí", respondió Trosky, con tono de derrota, sin añadir palabra.

Kati se levantó, "No te preocupes, todo se arreglará. Siempre termina saliendo el sol. Solo hay que tener esperanza", dijo Kati,  y dirigiéndose a la puerta de la directora, golpeó suavemente para pedir permiso para entrar. Se oyó una voz desde dentro que decía que pasara, y así hizo Kati.

Trosky intentaba procesar aquellas frases de su abuela. ¿Qué tendría que ver lo de salir el sol, si hacía un día radiante? Uff, ¿por qué no hacían un idioma que los niños pudieran entender?