Trosky era un niño de apenas diez años de edad. Vivía con sus abuelos desde que su padre desapareció, un año antes, y su madre tuvo que ir a otro país a trabajar. "Volveré por tí. ¡Te lo juro!", fueron las últimas palabras de su madre después de un maternal y eterno beso. Recordaba cómo tenía un aspecto un tanto terrorífico aquel día, con unos churretes negros por las mejillas, igual que al día siguiente de cuando no volvió su padre de trabajar.
Su madre siempre decía que había que tener un plan B en la vida, que las notas de la escuela eran importantes, pero más importantes eran las calificaciones que te ponía la vida. Trosky no tenía muy claro qué le quería decir, era como un enigma para mayores porque no veía maestras por las calles poniendo notas a las personas adultas. Pero había algo de lo que estaba seguro, y era que su madre había puesto en marcha un plan B. Un plan que unos años antes ni se le hubiera pasado por su mente. Tal vez, hasta lo hubiera improvisado.
Todos esos pensamientos se le amontonaban en su pequeña e inquieta mente mientras esperaba sentado en una silla frente a la puerta de la directora de su escuela. Iba a ser un mal día. Estaba siendo ya un mal día. ¿Podría ir a peor?. Siempre puede ser peor. Él mismo se hacía preguntas y se contestaba en voz baja.
Habían llamado a su abuela para que fuera a recogerlo. Le iban a dar el resto del día libre, pues lo habían encontrado llorando en un rincón debajo de una escalera. No quería hablar con nadie, y eso tenía preocupados a todos en aquel colegio.
Casi sin aire llegó Kati, la abuela de Trosky. Sentía el corazón como si se le fuera a salir. Estaba muy preocupada por su querido nieto. Era todo lo que su hija le había dejado cuando tuvo que marchar tan lejos. Dios, qué dolor más profundo sentía dentro de sí. ¡Tenía tanto miedo a perderlo también!. Kati miró fijamente a Trosky, y no sabía que hacer. Ni qué decir. Pero un impulso imposible de frenar le avalanzó sobre su nieto y le dió un tierno abrazo, lo acarició y besó. Trosky no dijo nada. Solo se le escaparon unas lágrimas.
"¿Estás bien, hijo?", dijo Kati. Le gustaba llamarle hijo, posiblemente, por aquel hijo varón que la vida no le dió.
"Sí", respondió Trosky, con tono de derrota, sin añadir palabra.
Kati se levantó, "No te preocupes, todo se arreglará. Siempre termina saliendo el sol. Solo hay que tener esperanza", dijo Kati, y dirigiéndose a la puerta de la directora, golpeó suavemente para pedir permiso para entrar. Se oyó una voz desde dentro que decía que pasara, y así hizo Kati.
Trosky intentaba procesar aquellas frases de su abuela. ¿Qué tendría que ver lo de salir el sol, si hacía un día radiante? Uff, ¿por qué no hacían un idioma que los niños pudieran entender?
Continúa ...
Trosky y el alfiler por Fredy K. se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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